Durante mi estadía en París visité la Opera Garnier, también llamada Palacio Garnier, que debe su nombre al joven arquitecto que diseñó el edificio: Charles Garnier.
Este
fue elegido entre cientos de arquitectos que presentaron sus proyectos para la
creación de un nuevo edificio para la ópera a pedido de Napoleón III.
La
construcción comenzó en 1860 y finalizaría en 1875. El trabajo fue realizado
por 14 pintores y artesanos y 73 escultores. También se construyó una avenida
que une la ópera con el Palacio de las Tullerías.
Este
teatro había sido la sede de la Ópera y Ballet parisina desde 1821, en donde se
presentaron las más grandes piezas, y donde prosperó el ballet romántico.
Desde
el comienzo del recorrido es posible imaginar el lujo y la riqueza de las
personas que acudían a la ópera en aquella época.
Una
gran escalera de mármol blanco, rojo y verde une los niveles del edificio, otorgando
a su vez la posibilidad a los espectadores de lucir los imponentes vestuarios
con los que concurrían a la ópera. En este ámbito se reunían los miembros de la
alta sociedad parisina.
El edificio cuenta con varios vestíbulos por los que el público paseaba durante
los entreactos y en donde están actualmente expuestos vestuarios utilizados en
diferentes obras presentadas en la Opera a lo largo de la historia.
Los
salones se encuentran decorados con columnas, pinturas, lámparas y esculturas.
El color dorado y la utilización de oro se destacan en el espacio.
Cerca
de las puertas de los palcos se presentan bustos de personalidades famosas que asistían
regularmente a los espectáculos ofrecidos en el Palacio Garnier. En uno de
estos palcos, más precisamente en el n° 5, transcurren los hechos que Gastón
Leroux narra en su novela “El fantasma de la Opera”.
La
sala cuenta, aproximadamente, con capacidad para 2000 espectadores. Posee
asientos de terciopelo rojo, y una gran pintura de Chagall en el techo. De
todos modos no pude apreciarla detenidamente, a causa del ensayo que se llevaba
a cabo en dicho espacio.
En
la biblioteca, se encuentran en exhibición las maquetas realizadas en escala,
de las escenografías diseñadas para diferentes espectáculos.
Recorrí
el espacio escuchando un audio guía que me ayudó a descubrir los distintos
rincones del imponente edificio. Mientras caminaba por el Palacio pude
imaginarme a los asistentes con sus elegantes vestidos, y me pregunté muchas
veces como pudieron realizar semejantes espacios hace más de cien años.
Me
sentí una niña descubriendo, explorando y sorprendiéndome con la historia del
lugar.
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